El dolor y el cerebro: relación con daño de los tejidos y amenaza

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Artículo basado en el libro “Explicando el dolor” (Explain Pain). Autores: David Butler y Dr Lorimer Moseley. Traducción de Rafael Torrres.

El dolor  es una sensación desagradable, que a ningún paciente le gusta experimentar. Precisamente, “el hecho de que sea desagradable es lo que hace que el dolor sea algo tan efectivo tan esencial en la vida”. El dolor avisa de la existencia de un peligro, antes de que quien lo sufre se pueda lesionar. Sirve para hacer que el paciente se mueva, evite ese peligro. El objetivo del dolor, sería por tanto “la protección y la curación”. Sin embargo, esta protección a veces funciona de manera extraña.

El dolor de picaduras, posturas, esguinces,… se puede relacionar con cambio en los tejidos. El cerebro saca la conclusión de que los tejidos están en peligro y por ello evitará repetir esa situación. Cuando el dolor persiste, es porque el cerebro concluye que estás amenazado o en peligro. Sin embargo la intensidad del dolor no está directamente relacionada con la cantidad de daño en el tejido. El sistema nervioso central examina las señales que recibe, a lo que se suma la memoria, los procesos de razonamiento, las emociones, las consideraciones para tomar una respuesta.

Existe todo tipo de ejemplos en uno y otro sentidos: cortes en la cara muy dolorosos, amputaciones que apenas provocaron dolor…Un 70 por ciento de las personas que perdieron un miembro experimentan lo que se llama “un miembro fantasma”. Sienten picor, hormigueo, dolor… en ese miembro  que ya no existe. Esto es porque en el cerebro contamos con un esquema de nuestro cuerpo.

Así funciona el sistema de alarma y dolor

El cerebro recibe unas señales, e interpreta una posible situación de peligro. El cuerpo hurmano cuenta con millones de sensores diseminados por el cuerpo, que transportan esa información hasta la médula espinal. Según el tipo de sensor, reaccionan ante una fuerza mecánica (M), como un pinchazo, temperatura (T), o presencia de químicos (Q) en el exterior o en el interior de nuestro cuerpo. Cuando los sensores reaccionan ante un estímulo (un pellizco, ácido, aumento de temperatura) se abren estos sensores y entran en la célula partículas cargadas positivamente. Los sensores son proteínas fabricadas en el interior de nuestras neuronas, bajo la “dirección del ADN”.

Los impulsos eléctricos realizan el recorrido por nuestro cuerpo hacia las neuronas receptoras, que son las que transportarán este mensaje. La anestesia, por ejemplo, funciona anulando los sensores ante estímulos mecánicos, por ello los impulsos no llegan a la médula espinal y no hay dolor. Estos sensores tienen una vida corta, constantemente se están reemplazando por nuevos sensores, y por ello la sensibilidad del sujeto está cambiando constantemente.

Previo al dolor: noicepción o captación del peligro.

El centro de mando de este sistema de alarma está en el cerebro (protegido por el cráneo, los huesos más duros de nuestro organismo). Las señales que recibe de los sensores acabaría provocando el dolor, pero no es el único requisito. Cuando se abren más sensores, y la neurona llega a un punto crítico, se produce la corriente eléctrica de la que hablábamos. Cuando el nivel de excitación se acerca al punto crítico, el mensaje (finalmente, el dolor) puede desencadenarse incluso con pequeños estímulos. Estos mensajes se “traducen” en químicas liberadas en la sinapsis (espacio entre una neurona y neuronas vecinas), con destino a nuestro cerebro.

En el otro extremo se sitúa una neurona con sensores químicos especializados. Es esta señal la que sigue su camino hacia el cerebro. El cerebro construye una historia lo más racional posible basándose en las informaciones que le van llegando simultáneamente. En el dolor crónico, algunos de los centros / regiones cerebrales han sido “esclavizados” por la experiencia del dolor. El cerebro, que cuenta con 100 billones de neuronas, hace su evaluación o juicio de valor, y activa los sistemas de protección.

El dolor y el estrés

Con el estrés puede aumentar la situación del dolor (el sistema nerviosos es sensible a la sustancia química que se produce en el organismo bajo efecto del estrés). Esto podría desembocar en un círculo vicioso: el cerebro concluye que estamos en constante situación de amenaza, las neuronas mensajeras aumentan la sensibilidad (precisamente para protegernos), y lo que antes dolía, ahora puede doler más. Cada vez son más los sensores que se abren y se mantienen más tiempo abiertos.

El aumento de la sensibilidad es, casi siempre, la características fundamental del dolor persistente. El dolor es normal, pero los procesos que subyacen están alterados. Cuando se producen cambios en la médula espinal, el cerebro puede dejar de recibir información precisa de lo que realmente pasa en los tejidos. En el asta posterior de la médula existe ahora un amplificador o distorsionador. El cerebro está siendo informado de que existe más peligro en los tejidos del que realmente existe. La respuesta del cerebro se basa ahora en una información errónea sobre la salud de los tejidos situados al final de la neurona. Se activa de manera constante los centros de ignición del dolor.

Los seres humano podemos identificar una situación como potencialmente peligrosa. Si el sistema está senbilizado, ante unos estímulos considerados peligrosos, aunque no hubiera relación con el daño en los tejidos, podría aparecer el dolor. En el tratamiento del dolor crónico existe distintos modelos, entre ellos los más ortodoxos: médicos, psicólogos, fisioterapeutas. Ante este tipo de dolor crónico, se suele buscar la manera de reducir el valor de amenaza de los estímulos y emociones asociadas. El movimiento aumenta la salud de articulaciones tejidos blandos, sistema circulatorio, respiratorio, cerebro… y por tanto, es una herramienta útil. El entrenamiento pautado perseguirá subir la línea de reactivación del dolor, reducir la percepcion de amenaza y subir la tolerancia del tejido.

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